Quisiera

QUISIERA

Quisiera, pero no puedo. Quisiera abrirles los ojos y hacerles ver lo que yo veo, pero no puedo. Quisiera que, pasada la rabia, la frustración y la pena, fueran capaces de volar y mirarse desde arriba, con perspectiva, como los veo yo.
Pero no puedo.

Quisiera ponerme en su lugar y ellos en el mío para que me consolaran, para gestionar yo y no ellos toda esa rabia, esa frustración y esa pena. Porque yo no la siento. Porque estoy sereno, con la conciencia tranquila. Porque me siento satisfecho al comprobar en lo que se han convertido después de todo.

Pero no puedo.

Quisiera mostrarles lo feliz que me siento al ver cómo un grupo de personas se ha convertido en un equipo de éxito; en un equipo de amigos, en una familia, pero de éxito.

Quisiera, pero no puedo hacerles ver lo que un entrenador siente cuando tanta gente se vuelca con sus jugadores, con su equipo. Cuando tantos rivales, una vez, se convierten en admiradores y seguidores pertinaces de un juego atractivo, dinámico y divertido. Porque, pese a los golpes, las pequeñas derrotas de un balón caído o un placaje fallido, nadie podrá negar que se divierten jugando. Lo han hecho siempre y lo seguirán haciendo, cuando pase el temporal.

Quisiera que entendiesen que han hecho pasos de gigante para llegar hasta aquí. Que han crecido como jugadores, como equipo. Que se han convertido en personas admirables y con un gran sentido del sacrificio, del esfuerzo, de la lucha. Que llegar donde han llegado ha sido consecuencia de su grandísimo talento y dedicación.

Pero no puedo.

Quisiera convencerles de que nuestra confianza en sus capacidades nunca fue un farol. Que nunca les mentimos para perseguir imposibles. Que me creyesen cuando les dijimos una y otra vez que se podía, que siempre hay una oportunidad y que nunca se abandona por mínima que sea la esperanza.

Sí, lo sé. Sé que las victorias no precisan de excusas ni de tantas justificaciones como las derrotas. Pero estaría engañándoles si no intentara hacerles ver lo que yo veo: que en las derrotas hay un sinfín de pequeñas y grandes victorias; que, para perder, hay que tener la oportunidad de ganar, y solo ellos llegaron a esa comprometida encrucijada.

Lo intenté, pero no pude, mientras las lágrimas corrían por sus caras, reconocer el orgullo que ha significado para mí poder ayudarles a sentir que luchar por plantar una pelota detrás de la línea o pasarla entre los tres palos, merecía la pena; demostrarles lo afortunado que he sido al poder ayudar a personas tan valerosas a perseguir sus sueños, sus metas y creando otras que ni sabían que podían alcanzar.

Quisiera, pero no puedo más agradecerles su apoyo, su compromiso, su entrega; por dejarnos ser sus guías y compañeros en una pequeña parte de su vida dentro y fuera del campo. Pero no puedo, porque si algo hemos pretendido con tanto ímpetu es que fueran ellos, y no nosotros, los que manejaran el control de su equipo, de su juego y de sus decisiones; que fueran ellos, y no nosotros, los que descubrieran la grandeza de crecer jugando.

Gracias por dejarnos ser vuestros acompañantes en este asombroso descubrimiento.

Fede Gómez 4/5/2022